No viajamos solo a lugares: viajamos para volver a sentir
- Claudio Ponce
- 11 may
- 2 Min. de lectura

A veces creemos que elegimos un destino por lo que tiene. Pero, en realidad, lo elegimos por lo que necesitamos.
No viajamos a un lugar: viajamos a un estado de ánimo. A veces buscamos silencio. Otras, asombro. A veces nos mueve la nostalgia, la aventura, la risa, el descanso, el deseo de aprender. Y todo eso no se encuentra en un mapa. Se encuentra en la experiencia.
Hay pueblos que no aparecen en ningún ranking, pero te dan una paz que no sabías que necesitabas. Hay ciudades que no tienen “las mejores atracciones”, pero te hacen sentir parte. Hay lugares donde todo fluye sin esfuerzo: la llegada, la caminata, la comida, el trato. Y uno se da cuenta de que el valor real del turismo no está solo en lo visible, sino en lo que despierta por dentro.
Es curioso: hablamos mucho de datos, de inversiones, de campañas. Pero muy poco de cómo se siente un lugar. Y en el fondo, todo gira en torno a eso.
Un destino no es solo su patrimonio, su gastronomía o sus fotos de Instagram. Un destino es la suma de estímulos que atraviesan la memoria emocional del visitante. Es cómo te reciben. Es si te orientan bien. Es si lo que prometieron se parece a lo que encontraste. Es si el relato tiene sentido. Es si, al irte, te llevas algo más que una foto.
Desde hace años vengo trabajando con una metodología estratégica que busca justamente eso: ayudar a que los destinos encuentren su equilibrio y dejen de improvisar. Pero hoy no quiero hablar del modelo. Hoy quiero hablar del fondo.
Quiero decir que todo lo que se planifica, se promociona o se diseña tiene un objetivo mucho más humano: generar bienestar.Y eso no se logra solo con recursos. Se logra con intención. Con una mirada integral. Con respeto por quien vive en el lugar y por quien lo visita. Con decisiones que cuiden no solo la imagen del destino, sino su esencia.
Porque el visitante no recuerda cuántas estrellas tenía el hotel. Recuerda si durmió bien. No recuerda si la carta del restaurante era extensa. Recuerda si el sabor lo conectó con algo. No recuerda si el guía sabía muchos datos. Recuerda si lo hizo sentir parte de una historia.
Por eso, cuando pienso en turismo, no pienso solo en estrategia. Pienso en personas. Y pienso que si un destino logra generar un estado de ánimo positivo, auténtico y sostenido, entonces está haciendo algo mucho más valioso que atraer visitantes: está dejando huella.
Ojalá empecemos a hablar más de esto.Del turismo que acompaña, que inspira, que transforma.
Y que sepamos que no hace falta inventar lo que no se es. Basta con descubrir lo que ya se tiene… y organizarlo con equilibrio, sensibilidad y visión.
Ahí, el viaje deja de ser un traslado. Y se convierte en algo que marca.
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