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Peñíscola: un destino de postal atrapado en una estrategia estacional

  • Foto del escritor: Claudio Ponce
    Claudio Ponce
  • 9 abr
  • 3 Min. de lectura



Hay lugares que parecen diseñados para el éxito turístico. Peñíscola es uno de ellos.Un castillo que mira al mar, calles que serpentean entre casas blancas, una costa vibrante y el recuerdo imborrable de escenas icónicas de Juego de Tronos.

Sin embargo, el turismo no se sostiene solo con belleza ni con fama.La imagen de un destino puede ser tan poderosa como frágil si no va acompañada de una estrategia.Y es ahí donde surgen las preguntas incómodas:¿Qué hay más allá del verano en Peñíscola?¿Puede un lugar con tanta visibilidad sostener su posicionamiento durante todo el año?¿Tiene un modelo turístico que equilibre su potencial?


Como creador de La Estrategia del Pentágono, propongo una lectura técnica de este caso para abrir el debate. No para señalar, sino para comprender por qué la imagen sin estructura puede ser un espejismo.

Este análisis no busca señalar errores, sino aportar una mirada estratégica basada en el método de las cinco variables de La Estrategia del Pentágono.Todos los destinos, incluso los más desarrollados, presentan desequilibrios que vale la pena revisar.


Mi intención es contribuir al debate constructivo, mostrar cómo funciona la herramienta en la práctica, y abrir caminos de reflexión para quienes trabajan por el desarrollo turístico de sus territorios.

Aplicando el modelo, analizamos cinco variables fundamentales: Identidad, Atracciones, Servicios, Infraestructura y Comunicación. Cada una revela una pieza del rompecabezas estratégico del destino.


Peñíscola posee una imagen reconocible, sí. Pero ¿tiene una identidad estratégica?Su narrativa actual está anclada en el verano, el cine y las postales. No existe un relato profundo que conecte con su historia templaria, su herencia cultural o su capacidad de ofrecer experiencias más allá de lo estético. Hay visibilidad, pero no una marca identitaria sólida que guíe las decisiones turísticas del destino.


Las atracciones están ahí: el castillo, el mar, el casco histórico, los alrededores naturales. La base es poderosa. Pero fuera del periodo estival, el volumen y calidad de experiencias disminuye notablemente. ¿Dónde están las rutas interpretativas? ¿Los productos culturales de otoño? ¿Las experiencias gastronómicas de invierno? Hay patrimonio, pero sin una capa narrativa y experiencial que lo mantenga vivo todo el año.


En cuanto a servicios, Peñíscola funciona con fuerza en verano. Restauración, alojamiento y ocio abundan… pero solo durante unos meses. Muchos negocios cierran o reducen actividad fuera de temporada. El modelo de hospitalidad está diseñado para un tipo de visitante específico: el vacacional de sol y playa. Pero, ¿y si el destino apostara por atraer turismo cultural, escapadas de bienestar, público senior, nómadas digitales? El servicio turístico actual no conversa con estos perfiles.


La infraestructura es funcional y adecuada en muchos aspectos: accesibilidad por carretera, señalética, mantenimiento urbano. Pero faltan apuestas claras por la movilidad sostenible, la integración de zonas periféricas, y la mejora de la experiencia del visitante más allá del centro histórico. No basta con tener infraestructura; debe estar al servicio del modelo de destino que se desea construir.


Y finalmente, la Comunicación. Aquí se encuentra el mayor desequilibrio. Peñíscola comunica —y mucho—. Tiene vídeos espectaculares, presencia en redes, campañas visuales impactantes. Ha sabido jugar muy bien la carta de lo visual. Pero, ¿qué comunica más allá de la imagen? La comunicación ha ido muy por delante del resto de variables. Se proyecta una idea de destino que no siempre se corresponde con lo que el visitante encuentra fuera de temporada. Y esa brecha es peligrosa: genera expectativas que, si no se cumplen, afectan a la reputación a largo plazo.


El diagnóstico es claro: Peñíscola muestra un desequilibrio entre una comunicación sobredimensionada y unas variables de identidad, servicios e infraestructura que no están igualmente desarrolladas. Esto no invalida su valor ni su potencial. Al contrario: lo confirma. El problema no es lo que le falta, sino lo que aún no ha activado.


Peñíscola no está en crisis, pero sí en un punto de madurez crítica. Seguir apostando por un modelo estacional, centrado en lo visual y sin desarrollo transversal, puede desgastar su potencial a medio plazo. El reto no es atraer más turistas, sino hacerlo de manera más inteligente, durante más meses y con un mayor impacto positivo para el territorio.


La Estrategia del Pentágono no pretende sentenciar, sino ofrecer herramientas para detectar lo que muchas veces se intuye pero no se estructura: los desequilibrios invisibles que frenan el crecimiento real de un destino.

Porque ningún territorio debería quedarse en una postal, cuando tiene todo para convertirse en una historia.


¿Te gustaría aplicar esta estrategia en tu municipio, comarca o proyecto turístico?Puedo ayudarte a ver lo que está en desequilibrio y a construir un modelo turístico sólido, visible y sostenible.

 
 
 

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